Dicen los abuelos que con el paso del tiempo todo se ve con más calma porque los días son más iguales. Que uno tiene más familia, pero está más solo. Que si los amigos de la mili, que si los primos, que si las chicas del baile, que si el compadre... A mí me llama la atención por qué la vida de todos ellos se parece tanto. Supongo que se parece igual que la vida de todos nosotros.
Me gustaban los libros que escribía José Saramago porque siempre partía de un hecho ficticio, diferente, que hacía ver toda la realidad de otra manera. La gente dejaba de ver (Ensayo sobre la ceguera), la gente dejaba de morir (Las intermitencias de la muerte), el pueblo votaba en blanco en las elecciones (Ensayo sobre la lucidez)... Y se me ocurre escribir una novela utilizando el mismo recurso literario: de repente, nadie recuerda la fecha en la que nació. Nadie conoce su edad ni la de los demás (¿Ensayo sobre la diacronía?).
El ser humano vive obsesionado con el tiempo. Probablemente porque es consciente de su muerte, y este hecho futuro y seguro marca toda su existencia. Y dependiendo de la época y el país en el que viva, todos tenemos una previsión (ilusa) de cuándo llegará nuestra hora (¿a los 73?). Pero además, por alguna extraña razón, tradicionalmente vivimos como caminando por una carrera de etapas en las que se van conquistando hitos. Los kilómetros son marcados por la edad. No tener un determinado trabajo, una familia, un hijo, una pareja, un sueldo, una casa, una felicidad, unos estudios o cualquier otro objetivo más o menos estandarizado o extravagante a la edad deseada o exigida supone fracasar. Temporal o definitivamente. Depende del hito y de nuestras posibilidades de acelerar.
Ambas circunstancias (la pre-planificación de la vida y la confianza en la estimación de la muerte) hacen que saber la distancia recorrida desde nuestro nacimiento sea de vital importancia para actuar. Si mañana todos despertáramos sin tener idea de la edad que tenemos... ¿seríamos capaces de tomar decisiones? ¿Cuánto tiempo pasaríamos delante del espejo intentando escrutar en nuestras arrugas los años pasados? ¿Contabilizaríamos las fotos guardadas para calcular los años vividos? Porque... cómo saber que hacer ahora, en este momento, si no sé cuántos años tengo. Hacer lo que quiero, lo que me apetece hacer, parece una respuesta demasiado sencilla. Pero sería bonito verlo. Sería un carpe diem mucho más auténtico de lo que habitualmente se promulga. Me dará igual mi edad, la desconozco, y a lo mejor mañana decido empezar una nueva vida, o tener otro hijo, o dejar a mi pareja, o cambiar de país, o empezar a cuidarme, o reír, o casarme, o escribir, o buscar, o vivir...
Sería un buen experimento. Sería un buen libro.
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Tú naciste anacrónico.
ResponderEliminarEscribe ese libro, o cualquier otro.
Qué bien que vuelvas...