No hace mucho, tuve ocasión de conocer a Budha a través de la magia de la palabra escrita. Desde entonces, de vez en cuando, aparecen frente a mí su voz y sus nobles verdades.
Mis digestiones de alcohol ya no son iguales cuando me pierdo en deseos insatisfechos, con mirada extraviada, en barras de bares no menos encontrados. Bajo la cabeza leyendo destinos en el fondo del vaso. Luego miro a mi derecha... y allí está. Me encuentro al viejo Siddharta tomándose una cerveza a mi lado con media sonrisa en los labios. Con esa expresión de quien sabe lo que estás pensando, y además sabe que tú sabes que él lo sabe.
Cuando camino por la playa buscando en el horizonte dónde se juntan los azules, mientras las olas chapotean en mis tobillos y hago recuento del pasado, de lo logrado, de lo perdido, del tiempo que corre, de lo efímero y lo eterno... tras algunos pasos más encuentro otra vez al viejo allí sentado en la arena, pescando pacientemente. Su mirada fija en la bolla, y su media sonrisa de nuevo a mí dedicada. Otra vez la misma expresión.
Y es que Budha lo dijo alto hace miles de años. Todo lo que pueda hacerte feliz es transitorio. Nada dura. Nada perdura. Todo se gasta, se esfuma. Acaba. No porque se rompa, o cambie, o lo maltrates. Simplemente, un día, como todas las velas, se apaga. Sin avisar. La frustración de nuestra vida es causa del deseo que la mueve. El fin de la causa pone fin al efecto. Dejar de desear es dejar de alimentar al monstruo. Budha no enciende velas.
No, no me he hecho budista. Ya decía Ortega que todos los -ismos son igual de malos. Ni siquiera quiero hacer proclama del budismo. Ni tengo intención de irme de asceta al desierto. Sólo digo que el gordo aparece junto a mí de vez en cuando, a sonreírme de esa manera suya... Como queriéndome convencer de algo.
domingo, 28 de julio de 2013
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario