(Demasiado tiempo ya, tal vez, sin pasar por aquí. El volver implica con qué volver. Lo mejor de una elección es robarle su importancia para que así fluya)
Siempre que regreso de algún viaje, mis conocidos me preguntan qué tal, cómo fue. Yo no sé qué contestar. Nunca sé responder a esa pregunta, ni en referencia a un viaje, ni a un libro, ni a mí. Pareciera que esas palabras bloquearan mi elocuencia. No quiero imaginar un examen con sólo esa cuestión. Examen oral, claro, porque escrito... escrito es otra cosa. El negro sobre blanco permite moldear hasta ver el significado de un auténtico qué tal. No de esos que se intercambian a modo de saludo. (Triste lo que hacemos con el lenguaje hablado los humanos. Ya imposible preguntar a otro cómo está realmente sin caer en lo manoseado).
Hagamos un esfuerzo: Qué tal mi viaje a las Islas Galápagos.
Respuesta:
Creo que a mi edad puedo considerar que he viajado bastante. Más que la media. Y mirando atrás veo que lo que se recuerda de un lugar no es tanto el lugar en sí como lo que allí has vivido, sentido, pensado o soñado. La magia de protegerte del sol a la sombra de la Pirámide de Keops, por ejemplo, no está en la belleza de su estructura, sino en lo que ocurre dentro de ti cuando estás frente a ella. Y esto ninguna Lonely Planet lo puede escribir. Por eso creo que viajar es difícil de contar. Es algo demasiado subjetivo.
Cuando por la ventanilla del avión vi recortadas las islas en el Pacífico, cuando puse pie en tierra con un viento azotador, me daba igual lo que allí hubiera. Ya estaba sintiendo que pisaba un lugar marcado con una equis. Escribí: "Donde dios perdió su lápiz de ingeniero, y Darwin halló la respuesta, la luz."
Cuando ves caminar a una tortuga de 200 kilos que te dobla o triplica la edad, imaginas que un viejo roble sacara sus raíces de tierra para dar un paseo por el bosque. Cuando la recuerdas como especie protegida, una vez más te sientes sucio como humano despreciable que tiene la osadía de matar por matar.
Cuando desde la cubierta de un barco balanceado por el Pacífico consigues ver a un mismo tiempo la Cruz del sur y la Osa Mayor en el firmamento, vuelves a saberte nada en el mundo.
Cuando atraviesas en autobús una isla salteada de humildes haciendas entre frondosa vegetación, sólo se te ocurre pensar en lo incomprensible de todo. Y vuelves a sentirte muy solo dentro de una duda que ni llegas a formular, sin alguien con quien hacerlo.
Cuando paseas por una
playa virgen de arena blanca procurando no tropezar con los lobos
marinos que duermen más lejos de la palabra estrés de lo que tú estarás
nunca (a pesar del tiburón que ves merodear a pocos metros de la orilla y
ellos parecen ignorar), despierta en ti un animal que te pregunta qué
has hecho con tu vida.
¿Responde esto a un qué tal?
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simplemente las Galapagos no tienen comparacion, es vivir una experiencia que no se puede contar por medio de unas letras... Hay que vivirlo!!!
ResponderEliminarCarla
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Ya me parece haber estado allí, al recrear en mi imaginación lo que cuentas. Con unas pocas palabras se pueden transmitir muchas sensaciones. Cualquier viaje, como tú bien dices, es algo muy personal que es difícil de explicar, porque exploramos a la vez el mundo y a nosotros mismos. Gracias por volver, ya te echaba de menos. Un saludo...
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