Decía Victor Hugo que hay miradas que abren una sima misteriosa por instantes para luego cerrarla. Que cada mujer, en varias ocasiones en su vida, deja escapar alguna mirada así. Y que para cualquier hombre, mejor estar bien lejos en dichas ocasiones, o pobre de él si cruza mirada en ese relámpago.
Es mágico, sorprendente, absurdo y aterrador el cómo una mirada, una sonrisa, dos preguntas y alguna respuesta pueden nublar la vista. Olvidar toda preocupación para centrar como objetivo de toda atención a una persona. Tal vez sin conocerla. Quizá sólo su nombre, sus ojos, su boca, su nariz, su pelo. Cruzando veinte palabras, entre las que no estuvo... vente.
(...)
A veces odio el amor.
El amor ese que nos roba la amistad. Quién creyó que un grupo de amigos como los de la exitosa serie friends podía ser más importante que los continuos ligues de sus protagonistas. Por hormonas o soledad la prioridad de cualquier humano es su pareja actual, los amigos son otra cosa en un escalón inferior. Y la amistad ya no es lo que Aristóteles proclamaba.
El amor ese que nos roba el sexo. Ese que impide la copulación libre entre seres que se atraen porque se supone que tiene que haber algo más. Ese que prohíbe que dos personas sin compromiso se den el homenaje del placer por el puro placer. Ese que ha reprimido al estrecho marco de hacer el amor el arte de follar, consiguiendo que muchos incluso olviden dicho arte, y sólo se preocupen de no mancharse.
El amor ese que ha encarcelado a seres humanos en la profunda infelicidad obligada por leyes escritas y flotantes, por hijos que ya no nacen de óvulos y esperma, sino de la bendición de Afrodita o Yahveh. Matrimonios encadenados en juramento convirtiendo en mísera la vida de amantes que son, a un mismo tiempo, reos y verdugos.
El amor ese que te hace capitalista y propietario, comerciante de personas, esclavista. Que despierta el egoísmo de no compartir aquello que crees poseer. Los celos o envidia crecen en ti, y siempre el odio vendrá de escudero a presentar sus respetos (será que van de la mano, según dicen). El orgullo y lo mío son murallas muy altas para dejar que el amante se vaya con otro.
El amor ese que duele, agrieta, desgarra, mata, quema, oprime, resquebraja, destroza, rompe, descuartiza y despedaza eso que él mismo había creado y cuidado con mimo.
Qué palabra el amor que encierra tanto, desde el ideal más bello construido por la razón, hasta los instintos más feroces y primordiales de nuestros genes. Todo en uno. Qué iluso el ser humano con sus inventos.
(...)
Cuando me cruzo con una mirada de esas que Victor Hugo anunciaba... no queda más que esperar anhelante, a ver si entra en tu casa. Pues, aunque colmado quedes de dudas, sabes que en esos inventos de humanos ilusos es donde está lo más cercano a estar (que no ser) feliz.
miércoles, 11 de julio de 2012
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