miércoles, 4 de julio de 2012

En el laberinto

Vivo en un barrio humilde. Eso es lo que he sentido cuando a esta hora, ya entrada la noche, he subido a recoger ropa tendida y olvidada en la terraza. Entre las antenas y respiraderos se ve a lo lejos (y tan lejos) la luna llena. De vez en cuando me viene un olor a refrito y ruidos de cacerola de algunas cocinas. Y a mi alrededor siento familias viviendo, cenando juntos, discutiendo o hablando. No sé por qué me vino la sensación de humildad.

No conozco realmente a ninguno de mis vecinos, pero desde fuera creo entenderles. Son de ese tipo de personas que confían en una felicidad sencilla y luchan por ella, que no entienden por qué los niños ricos se suicidan, y que no creen en cuentos de hada.


Y es que en busca de esa felicidad cada cual está en puntos distintos del laberinto. Conozco a quienes tienen muy poco y su placer está en lograr pasear los domingos con sus hijos pequeños y pagar sus deudas. Conozco a quienes lo tienen todo, pero se sienten solos y aburridos. Conozco a quienes disfrutan de un grato equilibrio, pero están buscando la emoción de lo diferente cada día. Conozco a quienes la atractiva inestabilidad les pide una vida calmada y sin altibajos. Y conozco a los que están completamente perdidos en la espiral.

¿Saben lo que no conozco? No conozco a nadie que esté parado. A nadie que no esté buscando. A nadie que no esté bailando, comprando, corriendo, enamorándose, viajando, comiendo, follando, estudiando o trabajando. Todo el mundo hace algo para algo. 

Todos buscamos al final algún porqué para alguna acción en la que emplear nuestro tiempo. Da igual si es más o menos elevada, o más o menos común. Yo me quedo embobado con las causas y acciones de cada cual. Algunas tan simples, otras tan sublimes. Algunas que comparto y otras que no. Aunque al final algo me dice que todas son de la misma naturaleza: inventiva humana para seguir cual ratoncillo dando vueltas en el laberinto. ¿Alguien nos dijo que entre tanto pasillo habría una salida? Supongo que nos es indiferente, nuestro conato es seguir indagando. La vida, sea planta o animal, siempre es movimiento. 




 

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