No es fácil ubicarse en el espacio que ocupamos en el otro.
A veces he tenido que luchar con todas mis fuerzas por hacerlo más grande, más aireado, no tan minúsculo y excluyente. Otras, en cambio, sentía que el espacio que ocupaba era demasiado para mis pretensiones respecto a quien me hacía tal concesión.
Es un sitio curioso, con coordenadas inexistentes pero verídicas, con tiempo y ritmo propio. Un espacio que se transmuta por el capricho de otro ser que lo engalana o lo descuida a su antojo.
Tampoco me es fácil ubicarme en el espacio que ocupo con el otro. Dos personas compartiendo un mismo trozo de planeta, un baile apresurado en una baldosa pequeña, dos individualidades dictatoriales jugando a la democracia.
Siempre había soñado con tener una casita propia, muy cerca o conectada a la casita de mi amante. Fui creciendo y me fui dando cuenta (muy poco a poco, no se crean, sigo siendo algo ilusa) de que era inviable en una realidad de hipotecas eternas y banqueros con dientes de oro. De aquel sueño derivó el que aún mantengo, un cuarto propio dentro de un espacio compartido. Coincidiendo con Virginia Woolf, tengo la necesidad imperiosa de tener un espacio que se llame mío.
No sé cuánto empeño procuramos en tener ambos espacios: el de la realidad física donde podamos hacer y deshacer a nuestro antojo, y el que está en la realidad del otro, donde nuestras actuaciones y sentimientos determinarán la dimensión.
domingo, 19 de febrero de 2012
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Los espacios. Los límites. Lo abierto. Lo cerrado. Tú. Él.
ResponderEliminarCread un mundo sólo para vosotros. Y que se joda el resto.
Muás.