la mujer-poema no se permite odiar.
se da cuenta a ratos de que tampoco detecta las agresiones de los demás hacia ella, por lo que va encontrando heridas que andan sueltas por ahí sin nadie que las reclame, ella las acoje y les da techo.
tiene una lupa enorme y censuradora de lo que ella dice o piensa.
y claro, encuentra vampiros idóneos que huelen su sangre. esa sangre que da y da y da, que se entrega entera a cambio de nada, o de menos.
y claro, en medio de tanto dolor, de esa carita de pena que dice cómo puedo recibir esto con todo el amor que di, parece injusto devolverle su mirada en el espejo.
le di un frasquito de odio, en cápsulas para tomar a demanda. no lo usó.
le di puertas y cerrojos para que no permitiera que los zapatos llenos de barro entraran en su casa y le mancharan suelo, paredes y techo. no las usó.
le di vídeos didácticos de cómo el humano expolia a otro humano que percibe más vulnerable. cerró los ojos.
le firmé un permiso para odiar a quien quisiera: a su madre, a su hijo, al amante, al vecino o al rey. se escandalizó, pese a que le aclaré que tengo licencia para prescribir sentimientos prohibidos.
me dice que quiere acabar bien las cosas. le digo que hay guerras en las que no se puede llegar a un acuerdo, en los que nadie gana y ni reina la paz.
la mujer-poema no se permite odiar. como si fuese malo, o ilícito, o loco, o paranormal. como si a ella no le pasara. le digo que disimula mal, me mira con cara de santa.
y por ahí vaga, borrego con piel de borrego, poniendo sus infinitas mejillas a las hostias de los demás con la esperanza de que se la quiera por ello, o pese a ello. en definitiva, que no se la deje de querer.
y a mí, como podrán traslucir, me hierve la sangre con el asunto.
se da cuenta a ratos de que tampoco detecta las agresiones de los demás hacia ella, por lo que va encontrando heridas que andan sueltas por ahí sin nadie que las reclame, ella las acoje y les da techo.
tiene una lupa enorme y censuradora de lo que ella dice o piensa.
y claro, encuentra vampiros idóneos que huelen su sangre. esa sangre que da y da y da, que se entrega entera a cambio de nada, o de menos.
y claro, en medio de tanto dolor, de esa carita de pena que dice cómo puedo recibir esto con todo el amor que di, parece injusto devolverle su mirada en el espejo.
le di un frasquito de odio, en cápsulas para tomar a demanda. no lo usó.
le di puertas y cerrojos para que no permitiera que los zapatos llenos de barro entraran en su casa y le mancharan suelo, paredes y techo. no las usó.
le di vídeos didácticos de cómo el humano expolia a otro humano que percibe más vulnerable. cerró los ojos.
le firmé un permiso para odiar a quien quisiera: a su madre, a su hijo, al amante, al vecino o al rey. se escandalizó, pese a que le aclaré que tengo licencia para prescribir sentimientos prohibidos.
me dice que quiere acabar bien las cosas. le digo que hay guerras en las que no se puede llegar a un acuerdo, en los que nadie gana y ni reina la paz.
la mujer-poema no se permite odiar. como si fuese malo, o ilícito, o loco, o paranormal. como si a ella no le pasara. le digo que disimula mal, me mira con cara de santa.
y por ahí vaga, borrego con piel de borrego, poniendo sus infinitas mejillas a las hostias de los demás con la esperanza de que se la quiera por ello, o pese a ello. en definitiva, que no se la deje de querer.
y a mí, como podrán traslucir, me hierve la sangre con el asunto.
Me encanta...
ResponderEliminarGracias, Pilar!
ResponderEliminarSeguiré buscando soluciones...