Decía Unamuno que se viaja no en busca de un destino sino para huir de donde se parte. Y bien saben algunas que viajar es buen remedio temporal para perder de vista el sin-sentido. Al fin y al cabo, cuando se vive no se piensa.
El buen viajero va escalando niveles. Desde su primer pie en el extranjero hasta la pérdida completa de toda patria y bandera. El viernes sentí subir un escalón en esta carrera por perderse entre los mapas. En mi retorno, cuando tomas el último taxi a casa, cuando la atención se centra en las aceras de las calles que el coche recorre, cuando la radio escupe rumba en lugar de ritmos exóticos... aquello comenzaba a ser algo cotidiano.
Ya no sentía la emoción del regreso cargado de respuestas para las preguntas de amigos y familiares. No. Deseaba amanecer en mi propia cama, tomar mi ducha caliente y degustar mi comida. Pero por dentro, algo en mí echaba de menos estar ahí fuera, sentarme en otro incómodo Airbus cualquiera, mirar por la ventanilla y sentir que el ser humano está loco cuando el avión, aún elevándose, gira cambiando el rumbo, y crees caer en el seno de cualquier ciudad a tus pies.
Y lo diferente no es más que el ángulo de enfoque queda irremediablemente ampliado tras hacer escala en más de un continente. No puedo olvidar las colas de personas que cada día abarrotan los bancos de Quito cuando mi paciencia se queja porque un cajero automático está aún por imprimir mi recibo. Ni las horas que perdí buscando papeleras en las calles de otra Europa hasta que aprendí a guardar mi basura en el bolsillo. Ni lo grande y extraño que me parecía el mundo cuando aceras repletas de hombres arrodillados rezaban al grito en voz de la torre de una mezquita cualquiera en las calles de El Cairo.
Y ahora más que nunca nos veo, a nosotros humanos, como millones de hormigas repartidas, jugando al monopoly para matar el aburrimiento, disfrazando de elevados nuestros instintos sexuales, e inventando religiones para calmar nuestros miedos.
Su pasaporte, por favor.
domingo, 13 de noviembre de 2011
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Me ha encantado este post, pero ese último párrafo me ha perecido maravilloso. Pilar, de El Efecto Coriolis
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