La voz en el escenario portaba gafas de sol y se asía al micro como a clavo ardiendo. Gritaba Highway to hell.
Al día siguiente haría cinco años de vida laboral. Mi trabajo me había llevado ahora a instalar el sistema de venta de una cadena ecuatoriana de tiendas para bebés. Gustaba pasearme por el local, cubierto de fotos de sonrientes mofletes y babas. Las estanterías repletas de artículos de inocencia, de felicidad porque aún la vida no golpea. Padres que crean una burbuja para su retoño y para ellos mismos, donde esconderse y dar sentido a esto.
La voz seguía gritando y el bar le acompañaba. Quería ser él. Le pregunto a mi compañero de alcohol qué haría si le quedara un mes de vida. Me iría a recorrer Europa, el mundo, contestó.
La mañana anterior, el taxista me narraba su vida, estudiando y trabajando en Colombia, en Río de Janeiro, Estados Unidos, Venezuela o Panamá. Me hablaba del increíble ancho del Amazonas. Yo miraba por la ventana. En un semáforo sobre un viejo muro leo: Para qué quiero la razón... si tengo corazón.
Ya se me acababa la cerveza, también la canción.
Fue anoche. Y en horas Iberia me devolverá a Madrid.
Tic, tac. ¿Dónde? Eso ya es más complejo.
ResponderEliminarSaludos.