Las paredes de una casa sin compañía dan para muchas reflexiones. Incluso para encontrar nuevos amigos. Pues no vivo como tal con nadie, pero comparto espacio con extraña compañía. Tengo una pareja de gatos conmigo (son imaginarios), se llaman Moqueta y Gamuza. El primero es un bohemio, que asiste a tertulias de literatos. El segundo es menos extravagante y más trabajador. También vivo con Calcetín, una planta que ahora se ha echado novia, una tal Pachira, un tanto exótica. En un rincón del baño se ha instalado hace algo más de un mes una araña, aún no le he preguntado su nombre. También está conmigo mi hijo Gordo (igualmente imaginario, claro) fruto de una antigua relación de amor. Incluso hay un montón de viejos autores alojados en unas baldas con los que de vez en cuando converso en silencio.
Hay días que es maravilloso llegar a casa, cansado de ruidos, cansado de la gente, cansado de vivir ahí fuera. En estos días, supone un placer inmenso el cerrar la puerta desde dentro, sabiendo que has llegado a tu madriguera. Que podrás hacer lo que necesitas en ese instante sin interferencias: pensar, leer, desnudarte, masturbarte, escribir, beber, dormir, llorar...
Hay días, sin embargo, que al llegar a casa, notas que ninguno de tus fantásticos compañeros de piso puede hablarte. Y echas en falta a alguien sentado en el sofá que ría, o a alguien a quien abrazar cuando intentas dormir y no puedes, o a alguien que no te haga sentir tan solo.
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ResponderEliminarME encanta esta canción. Cuando quieras te la canto :·)
ResponderEliminarAsí siento yo. Me ha encantado.
ResponderEliminarPilar, de El efecto Coriolis
eres una cajita de sorpresas....de sorpresas emotivas y tiernas. Es muy bonito lo que has escrito.
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