Salud o Jesús es el acto de cortesía en forma de palabra que habitualmente pronunciamos ante algún estornudo que llega a nuestros oídos. Los ateos preferimos hacer uso del primero. Se supone que, antiguamente, cuando la peste asolaba la vieja Europa, a quien estornudaba lo denunciaban gritándole esta expresión en nombre de dios y de la comunidad que quería salvar su vida de la epidemia. En la India o en Japón tenían (y conservan) una concepción más agradable del acto reflejo producto de la irritación de la mucosa nasal: cuando se produce, es porque alguien está hablando de ti, o alguien que te quiere te está recordando en ese momento.
No obstante, volviendo a occidente, el estornudo clásico ha perdido todas sus connotaciones. Su sustituto contemporáneo propio del avanzado siglo XXI es el bulto, o el bultoma según los términos médicos de ese dialecto ajeno a la RAE inventado para proteger la sabiduría de la profesión.
Cuando el individuo de a pie actual llega a casa aparcando su Ford Focus, sube en el ascensor mientras se fija a través del espejo en su ropa de rebajas, deja el HTC encima de la mesa, enciende la televisión buscando entretenimiento mientras se prepara alguna pizza en el microondas... y de repente nota una elevación en alguna parte de su cuerpo antes no detectada (en el cuello, en el abdomen, en la ingle...) el mundo se detiene. La peste moderna es el mejor spa para desconectar de trabajo, amor, familia, hipoteca y todo lo demás: el cáncer llama a tu puerta y lo demás no importa. Y el prepotente ser humano tiene que bajar de su pedestal tecnológico para agachar la cabeza ante la muerte y rogarle que le aleje de la enfermedad.
Aprender a vivir es aprender a morir.
Igual que cualquier estornudo del siglo XVI no siempre era peste... los bultos del tercer milenio suelen quedarse en simples días de reflexión, que tras un análisis médico, retornan al sufrido pensador a su vida cotidiana.
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me encanta
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