Pónganse en situación: noche muy calurosa, cena en una terraza de barrio, luces tenues de farolas, la sangre en los tobillos hinchados, las risas de las mesas de al lado, las tapas, las bebidas.
Me dijo: "ya somos tres. Salinas, tú y yo"
Se refería a la manera de amar. Con locura.
Yo le había contado de las excusas para faltar al trabajo para no despegarme de una piel, del sinsentido de levantarme cada día cuando no hay piel a la que pegarse; de mi trabajo a tiempo parcial de marioneta, muñeca hinchable, adoratriz y aprendiz de taxidermista.
Hoy, para compensar, he leído otra carta, la de Séneca a Lucilio "no basta moderar las pasiones, es preciso erradicarlas". Así de loca estoy. O así de friki, o así de gilipoyas.
Iba a acabar esto con un poema, cualquiera, de Salinas.
No te veo. Bien sé
que estás aquí, detrás
de una frágil pared
de ladrillos y cal, bien al alcance
de mi voz, si llamara.
Pero no llamaré.
Te llamaré mañana,
cuando, al no verte ya
me imagine que sigues
aquí cerca, a mi lado,
y que basta hoy la voz
que ayer no quise dar.
Mañana... cuando estés
allá detrás de una
frágil pared de vientos,
de cielos y de años.
Pero luego he pensado desequilibrar la balanza e inclinarme un poco más sobre el balcón. Deléitense con esta frase de una de las cartas de amor:
"Tú eres lo que me está pasando siempre"
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