sábado, 8 de enero de 2011

MI OFRENDA




Esta es una historia con un final.



Raúl, no era un príncipe, pero bien hubiera merecido una corona.
No vivía en castillos, pero no los necesitó, ¿para qué? Mama, papá, Pablo, el resto de la familia,…allá donde estaban ellos, su amor, uno estaba en casa.



Pero, muchas veces, nos ocurren cosas: llegan sin avisar, sin una razón, sin un porqué. Y sin más explicaciones, nos obligan a desandar caminos, a sonreír cuando queremos llorar, a ser pilares cuando nos gustaría derrumbarnos, a vivir el presente y a temer el ansiado futuro,…



En ese “sinmotivo” de las cosas que pasan, conocí a Raúl.



Hacía tiempo que paseaba su sonrisa por aquella planta de 15 habitaciones. La primera vez que le vi, venía “a recoger sus notas”…y era agosto: ¡qué cosa tan extraña! Luego, como yo era nueva, ya me explicaron lo que era.


Cada semana venía un día a primera y a última hora, ahí es cuando le empecé a coger cariño… Casi siempre le suspendían. A mí me daba mucha pena, pero él se tomaba todo con una bendita resignación y jamás protestó más de lo que era razonable. ¡Tan lindo!



Yo nunca me explicaba cómo se podía uno reír con seis de hemoglobina, o correr por el pasillo con tan pocas plaquetas,…cuántas cosas aprendí de él.



Luego me marché, pero no del todo: algo mío se ha quedado allí y no creo que vuelva.



Pasaron los días y las noches, muchos, pero él nunca estuvo solo. Yo os recuerdo en aquella escalera de incendios, con una colilla que sosteníais (a pesar de los pesares) siempre con una sonrisa, con una palabra amable.



Uno se pregunta por qué son tan buenas las personas que hemos conocido allí.



Aprendí de tu sabiduría, pequeño-gran hombre, a sentir empatía del dolor ajeno. A escuchar siempre lo que me dicen, aunque sea en voz baja. A entender porqué se puede estar alegre cuando todo es triste. Y más cosas que me guardo para mí…



Y pasó el verano, el otoño, el invierno, la primavera,…fueron dos años y cinco meses.
En ese tiempo, yo no estuve, pero aquella noche comprendí que nos iluminó vuestra entereza. En la debilidad, nos apoyamos en vuestra constancia. Y cuando hizo frío, nos dejamos abrazar por vuestro cariño y, pese a todo, gratitud.



Raúl no era un ángel, aunque era tan bueno que le podían haber salido alas.


Raúl era humano, y como tal, falible, finito.


Dicen que los milagros no existen,
pero hay gente tan extraordinaria,
que lleva ese nombre.

1 comentario:

  1. Maldito trabajo de contrastes. De alegrías y penas, de vida y de muerte, gratitud, desesperanza, desconfianza u odio, que a pesar de la juventud nos envejece, y que cada día nos recuerda lo terrenal de nuestra existencia.
    Sabonis.

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