jueves, 30 de diciembre de 2010

La mala leche

La escena es de esta mañana, en la zona de embarques de un aeropuerto al norte de este país. Yo, sentada leyendo al Karmelo Iribarren. Con el rabillo del ojo controlo la fila interminable de personas que, por aquello de no tener asiento asignado en el avión, soportan con estoicismo el tiempo que haga falta de pie, con tal de pescar una ventanilla que llevarse a la boca.
Todos abrigados hasta la campanilla ya que por megafonía se encargan de repetir hasta la saciedad que sólo un bulto por persona, las cámaras, bolsos, [...]deberán ir en un sólo equipaje de mano... Así que si rebobino la escena un poco puedo imaginármelos, momentos antes, deshaciéndose de capas y capas de ropa para pasar el control de acceso, donde cada vez te hacen quitarte más elementos del vestido, sin que nadie te informe de los motivos para tal invasión de la intimidad.
Bien, pues el problema empieza cuando la trabajadora que supervisa a ojillo de buen cubero las dimensiones del equipaje le pide -de malos modos- a un señor que compruebe su maleta introduciéndola en el molde metálico que tienen a disposición del cliente para tales contingencias. El señor obedece, pero de muy mala hostia, lanzándole improperios e incluso empujando levemente a la mujer a su paso (yo era testigo en primera fila del hecho, ya que con las voces había levantado la vista del libro).
A partir de ahí, y con un funcionamiento tan humano como terrible, la tipa se vuelve déspota y radical, utiliza el poder que en ese momento cree ostentar para, a golpe de índice acusador, obligar a todos aquellos pedestres a comprobar la maletilla de marras. Los hacía pasar por el molde ése, sin mirar siquiera si cabía o no, tal era la magnitud de su maldad; mientras, aun sin ser vigilados, y con ese afán de hacer las cosas bien que nos invade cuando menos necesario es, los humanos se afanaban por apretar sus pertenencias para ajustarlas a los hierros rígidos e impasibles.
Y es que tiene tela, cada cual en un momento puede tener cierta autoridad sobre otros... y el seguir siendo humano y razonable en esas circunstancias parece que fuese tarea titánica. Pensé en los policías, en los políticos, el el funcionario que tiene que sellarte no sé qué papelito y está hablando con no sé quién, en los padres que le tocan a cada hijo, pensé en el ejército, en el médico y el enfermero y el auxiliar de enfermería y el celador, pensé en los curas, en los alcaldes, en todos los jefazos que se indignan cuando una tipa de un aeropuerto les obliga a apretar su maletita y luego lo pagan vía móvil con el último mono de su empresa.

Total, que era un ejemplo más de cómo nos permitimos, si nos tocan un poco las pelotas, descargar sobre los demás, y si puede ser, sobre esos demás que no pueden levantarte la voz.

Al fondo, unas lucecitas deseando feliz navidad.

Menos mal que siempre nos quedará la poesía para salvarnos la vida.


VENCIDO

Vencido, una vez más. Por el amor,
el odio, o por la vida
que no hace concesiones
ni da treguas. Aquí,
en la esquina de un siglo
tan inútil como lo fueron
todos. Y también
tan sanguinario. Fumando
un cigarrillo. Indiferente. Viendo
cómo la gente se destroza,
y sin sentir nada en especial.




3 comentarios:

  1. Haz el amor
    y no la guerra,
    decían.
    No te jode,
    como si eso
    fuese
    tan fácil.

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  2. Todos tenemos una bomba dispuesta a explotar en la violencia, y pocos tienen la capacidad de desactivarla...nos tomamos muchas cosas como "tocapelotas" y cargamos demasiadas palabras con la rabia que nos sobra. La forma también importa.

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  3. Lo que no sabemos es, si la tipa es así por naturaleza, o porque alguien previamente ha descargado su ira contra ella. No es disculparla, pero me pesa que a veces despues de un gran turno e trabajo o un gran estrés, me vuelvo mucho más ogro de lo que en realidad soy.
    Sabonis.

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