Estoy en Puerto Madryn, un pueblecito de la costa atlántica argentina, al que llegué sola después de veinte horas de autobús atravesando la Pampa y llegando a la Patagonia.
He venido a escapar un poco de la comodidad que ya me supone Buenos Aires. En Península Valdés se viene a ver animales. Y los he visto, por supuesto, y los veré mañana antes de coger de nuevo el autobús de vuelta.
Pero esta tarde, caminando por una estructura portuaria que no sé definir, un anciano me ha preguntado si hablo español, me ha señalado una de las tantas ballenas que se ven desde la costa bailar ignorando las toneladas que pesan.
Se llama Alacrán, es un marinero, el capitán de un barco pequeño que se llama "Renegada" porque va donde quiere y no donde él le dice. Y me ha contado mil curiosidades acerca de las ballenas; los del Discovery Channel, con quien ha rodado muchas veces le llamaban "el encantador de ballenas" pero a él no le gusta, dice que sólo hay que saber verlas, con paciencia, y con el tiempo las acaba conociendo. Tenía sus preferidas, una se llamaba "Arruga" y cuando él vio que una orca se disponía a atacarla hizo rugir los motores de su barco para protegerla. Lucha por lo que ama, y ama el mar, la naturaleza. No le gustan los seres humanos, cree que somos los últimos invitados a la fiesta de la vida, y llegamos borrachos, y la jodimos, jodimos el ambiente festivo. Me mira con ojos de condescendencia cuando le digo que yo aún lucho por el humano, que a eso me dedico. Es instructor de buceo. Me recuerda que el mar nos deja bien claro lo que somos, nos quita de un golpe la soberbia, nos impone la humildad.
Y hemos estado hablando durante horas. Ha atardecido y me ha dicho que no se pierde ni un atardecer, así que he sentido como un regalo que un hombre tan brillante, tan vivo (como me gustan a mí los humanos), quisiera compartirlo conmigo.
Me ha dicho tantas cosas bonitas de la vida.
Se ha despedido con un abrazo.
Y he estado a punto de pedirle que mañana me llevara a navegar con él, o a estar en su cubierta charlando de todo lo que ha vivido. Pero, en medio de mi fiebre, de mi agradecimiento a la vida por permitirme viajar sola y que se me den ese tipo de encuentros, he pensado en Nietzsche, a quien prometí que me cuidaría, y que sé que no le hubiera gustado la aventura que mis impulsos me llamaban a hacer.
Así que he llegado al albergue y he contratado el tour organizado para mañana, con su guía, su cochecito y sus turistas con súper cámara de fotos.
Me cago en la puta, Nietzsche, ¿algún día lograré soltarme de ese hilo que tu cordura me tiene atado?
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Enhorabuena Nietzsche y Folie, sólo he leído dos entradas y me habéis entusiasmado. Confieso que últimamente me he acordado del blog alguna vez, y gracias a vuestra desmerecida insistencia me he animado a asomarme. Además del interesante contenido que he visto, lo que más me ha gustado es veros reflejados en vuestras entradas. Leeros es casi veros, y en los tiempos que corren eso no es fácil, y por ello me alegro. Me apasiona ver la fuerza que desprende Niexe (me vas a perdonar que me coma las z, s, t, ch... jeje) con su lucha por entender al ser humano, por entenderse a sí mismo y sobre todo por no aceptar las cosas que nos vienen dadas, de la sociedad y de la cultura en la que nos ha tocado vivir, como buenas. Gracias a gente así las cosas mejoran, aunque sólo sea aportando un granito de arena. Y qué decir de la pasión personificada, folie sigues siendo un torbellino de vida, ejemplo a seguir por much@s que ansían vivir así pero les falta el coraje para hacerlo. No sé si habrás publicado en el blog más páginas de tu cuaderno de bitácoras. Espero que sí… y buscaré esas palabras para alimentar mis sueños.
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