Estoy a diez mil kilómetros de mi casa.
Me desnudo, meto mi cuerpo en la bañera. Todas tienen sus particularidades, su manera de regular la temperatura, las diferentes texturas del suelo que reconocen la planta de mis pies. Hago memoria de la cantidad enorme de duchas que han refrescado mi piel a lo largo de mi vida.
He comprado un champú, un gel de baño y una colonia fresca. Me siento extraña con esos olores nuevos que ahora voy descubriendo cada vez que el pelo me cubre la cara y se acerca a mi nariz, o cada noche que me quito la ropa y me meto, sola, en la cama.
Estaba segura antes de venir aquí que iba a echar mucho de menos no poder traerme una alacena rellena de frasquitos con los olores inconfundibles de quienes quiero. Lo que no sabía es que también, de haber podido, debiera haber incluido un frasquito con mi propio olor.
Cuando regrese, que ya este olor de ciudad nueva no me será desconocido, volveré a reencontrarme con mi casa, sus olores y los pedacitos que aún queden de mí.
sábado, 4 de septiembre de 2010
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