En esta cultura nuestra parece que lo accidental no existe, no puede existir. Es la cultura de la reclamación, donde todo debe tener una causa y un responsable, todo suceso es consecuencia directa e inequívoca de una situación que no se debió haber producido. Tenemos la presunción de que nuestras vidas están bajo control, de que el mundo es un lugar predictible y racional, que la autoridad es responsable porque ostenta poder. Es la cultura de la inmortalidad, donde desde la apariencia a los deseos todo pasa por omitir ese inoportuno inconveniente que es la muerte. Más que nunca la necesaria extinción de la vida está desterrada del imaginario colectivo, y cuando la parca nos toca cerca puede sumergirnos en una agonizante espiral de búsqueda del porqué. No es tolerable aquello que contamine nuestra burbuja idílica. El preclaro equilibrio que hemos construido con mucho esfuerzo, mucha represión y poquísima conviccion.
Que la sopa está fría, que has suspendido, que el avión se retrasa, que el abuelo se ha muerto, que un niño se ha muerto, que él ya no te quiere, que el azar te estrelló una maceta en la cabeza...
jueves, 1 de julio de 2010
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