miércoles, 21 de julio de 2010

Perversiones

Confieso entender las perversiones ajenas, reconocerlas como si en otra reencarnación me hubiesen pertenecido. La vida me ha puesto en esta partida como jugadora que recopila desviaciones vomitadas por los demás.

Confieso relamerme con los vicios propios.

Perversiones son denunciar en el trabajo lo que el jefe no quiere oír. Saber que hay comentarios que van a suponer la propia crucifixión y, pese a todo, soltarlos al aire.

Pervertido está el sentimiento de no conformarse con hechos que confirmen, sino querer escuchar palabras huecas y hechas, aunque puedan ser mentiras.
[Hay frases que son enemigas de la verdad, pero entran por las venas tan fácil que el corazón agradece esa falsa medicina]

Me excito si me cuenta cómo le apretaba los muslos (hace el gesto con la mano, muslos firmes por el deporte) a una 'ella' que encontró hace tiempo.

Mis vicios de cordón umbilical, de sustituir las comidas por el chocolate, de amor plural, de rellenar formularios de solicitud de deseo, rubricar cheques de excitación ajena, hundirme en el fango cuando la superficie me aburre.

Confieso que necesito cierta dosis de perversión.

Pero sigamos disimulando normalidad, asintamos cuando nos lo pidan y critiquemos aquello que en la soledad disfrutamos o desearíamos saborear. Tanteemos con cuidado por dónde van los caminos tortuosos de los demás, tengamos miedo de extralimitarnos y caer en la locura o la perdición. Apreciemos el gusto de lo prohibido, pero culpémonos por lo mismo.

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