Hace tiempo leí un cuento, esas fábulas que tan de moda han estado últimamente, sobre un elefante atado en un circo. La historia cuenta cómo un niño se preguntaba por qué un enorme elefante estaba atado a una pequeña estaca y sin escaparse, a pesar de que un animal de su tamaño y su fuerza podría arrancarla sin el menor trabajo. El maestro (o el dueño del circo, o el padre, o ese que siempre aparece en estos cuentos al final para enseñarnos la respuesta) le hizo ver que el elefante fue atado cuando era muy pequeño y no podía escapar a pesar de sus empeñados intentos. Luego pasó el tiempo y el animal nunca volvió a intentar huir pues ya había asumido que era imposible.
Claramente la moraleja es que muchas veces nos imponemos límites que ni siquiera intentamos superar porque en su día estaban ahí o porque los hemos aceptado como naturales. La moraleja es buena, de acuero, sin embargo, cuando escuché o leí todo esto, no podía dejar de pensar en otra cosa: el pobre elefante enorme y triste atado en un patio al servicio del circo en las horas de función.
Hoy, en uno de esos momentos semáforo-atasco he visto un cartel publicitario colgado de alguna farola anunciando alegremente la próxima llegada a la ciudad del Circo Blas (Blas = nombre del circo). Y su principal atracción, con foto del animal en posición bípeda, se titula el Oso humano, el cual, desgraciado de él, responde con acciones a 50 palabras que alguien le diga. Y me he vuelto a acordar del elefante en la estaca que parece grabado en mi memoria. ¡Malditos los circos!
Un oso es un animal que puede llegar a pesar 500 kilos y mide más de 2 metros. ¿Os lo imagináis en una jaula, o en un camión viajando de una ciudad a otra, o en el centro de una carpa disfrutando de sus 10 minutos para estirar las patas a cambio de contestar setándose o caminando a las palabras que le grite el que antes le azotaba? ¿Os imagináis a tigres y leones enjaulados? ¿A elefantes? ¿Veis sus caras? ¿No os parecen agotadoramente tristes?
Somos una sociedad en donde el premio que concedemos a nuestros hijos pequeños por portarse bien es asistir al Circo Blas en la feria local de la ciudad. Allí disfrutarán de ver animales secuestrados de su medio natural enfrentándose a la vara y al fuego. También les enseñarán a desternillarse contemplando como le patean el culo al payaso gordo. Y, si tienen suerte, podrán ver de cerca de nuevo a los animales al salir, escondidos apretados en sus jaulas, muertos de miedo.
Hazme un favor, no lleves a tus hijos al circo.
miércoles, 7 de abril de 2010
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