domingo, 24 de enero de 2010

Lanzarse al vacío

Llevo tiempo queriendo y necesitando lanzarme a este pozo; pero no acabo siquiera de probar, cual sacrificio de pie hasta el tobillo, si será demasiado frío lo que me espera. Supongo que soy de esos que tienen dificultades con los inicios, el mal trago de la primera vez (palabras que las películas americanas han convertido en sinónimo de pérdida de la virginidad sexual).
Pero, en realidad, no a todos... deben de ser dos formas de ver la vida.  Los que con alegría y velocidad se zambullen en toda nueva aventura para posteriormente dudar de si salirse o no. Y los que prefieren, como yo, primero, digerir las dudas, hacer un mundo de todo estreno, para luego, tras lo duro del primer paso, seguir caminando dichoso por la levedad y facilidad, apoyadas en la creencia de que lo peor ya quedó atrás. Igual todo viene del nivel de control sobre la situación que necesitamos cada uno para empezar a andar por la misma...

E igual que el bañista friolero que hace cábalas frente a la playa intentando predecir todo lo que ocurrirá para adaptar la tensión de su cuerpo y el ritmo de su respiración al caos ordenado del vaivén de las olas, yo me planteaba cómo mojarme en este cuento. Pero si el friolento acaba rodando cual trapo en manos de la mar incontrolable con sus planes chorreando, así yo acabo escribiendo lo que me va surgiendo a instancias de... no sé bien de qué, quizá de un simple teclado caprichoso. Porque pensé inaugurarme recordando el texto de cabecera para todo inicio de viaje, aquella Ítaca de Kavafis. Después se me ocurrió teorizar de por qué no encuentro tiempo para poder lanzarme a esto, ocupado en un sistema absurdo... pero esto será otro día.

Al final, o me han tirado, o me he caído, o las olas me han arrastrado, o yo mismo cerré los ojos y di el paso... pero ya estoy dentro, ya sin frío.



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